Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1879-1880 (Cortes de 1879 a 1881)
Sesión: 14 de junio de 1880
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 189, 4801-4803
Tema: Libre ejercicio de la regia prerrogativa

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta tiene la palabra para rectificar.

El Sr. SAGASTA: Os voy a molestar por breves momentos, porque en realidad no tengo que rectificar a mi particular amigo el Sr. Silvela. Realmente, en lo que más importa al debate ha estado de acuerdo con nosotros y en contradicción con el Sr. Ministro de la Gobernación; de manera que el Sr. Ministro de la Gobernación estaría mejor que yo contestando a S. S. Pero es lo cierto que encargado S. S. del departamento político del Ministerio al hacerse las elecciones que dieron por resultado estas Cortes, S. S. las hizo con los gobernadores, con los Ayuntamientos, con las Diputaciones provinciales, con los jueces de paz, con las Comisiones del censo, con toda la máquina electoral preparada por el anterior Gobierno, y teniendo como base la reelección de todos los Diputados de la mayoría anterior. Así es que el Sr. Silvela, que es tan discreto, que es tan previsor y tiene un talento tan perspicaz, preocupado, sin duda con el cargo, no tuvo conocimiento de que estaba haciendo una mayoría (que S. S. no comprende que se diga ni mía ni tuya) que estaba haciendo una mayoría para el Sr. Romero y Robledo. (El Sr. Martín Lunas: Liberal-conservadora, liberal-conservadora.) (Risas.) Todo lo que S. S. quiera: liberal-conservadora; pero liberal-conservadora del Sr. Romero y Robledo. (Varios Sres. Diputados: No, no) Por eso ocupan SS. SS. distintas posiciones: uno está en los bancos encarnados y otro está en el banco azul; y eso que el que está en los encarnados fue el que presidió y dirigió las elecciones como Ministro de la Gobernación. El Sr. Silvela no comprende lo que es mayoría suya. Pues pregúnteselo S. S. al Sr. Romero y Robledo, y verá qué bien lo comprende. (Risas.)

Al Sr. Ministro de la Gobernación le parece muy malo este partido; le parece una coalición, un partido sin principios; en fin, un peligro para las instituciones; en cambio al Sr. Silvela le parece bien, y no debe parecerle mal al Sr. Presidente del Consejo de Ministros cuando casi se atribuye su paternidad, porque por querer atribuírselo todo, también se atribuye la creación del nuevo partido liberal; no hay más sino que temo que S. S. pretenda imitar a Saturno y trate de devorar a sus propios hijos.

Yo tendría poco que rectificar, si no fuera porque el Sr. Ministro de la Gobernación me ha atacado bajo un punto de vista que no creo justo, porque me ha atacado como descortés, y no está en mis hábitos serlo. Que yo he dicho que la mayoría ha perdido importancia por las desmembraciones que ha experimentado, eso es evidente, Sres. Diputados. No hay mayoría, no hay partido que no quede quebrantado cuando faltan aquellas ilustraciones, aquellas eminencias a quienes los partidos estaban acostumbrados a respetar y a ensalzar. Esto no ofende a nadie, dicho en términos generales; mis advertencias a todos y a ninguno tocan. Pero ¿qué duda tiene que cuando faltan ciertas personas de la mayoría, la mayoría queda quebrantada y queda sin significación? Pues qué, todos vosotros, todos, ¿queréis igualaros al Sr. Cánovas del Castillo? Pues si no queréis igualaros al Sr. Cánovas del Castillo, lo que he dicho es una verdad.

Sois 250. Pues figuraos que de esos 250 se separa uno; uno que no quiero nombrar; uno, en fin, que no sea el Sr. Silvela, ni el Sr. Romero y Robledo, ni ninguno de los personajes que hay de importancia en esa mayoría: ¿qué sucederá? Que de los 250 que había, quedan 249; pero no pasa más: nadie dice que la mayoría se quebranta; porque en realidad, lo mismo da 250 que 249. Pero no es ese uno el que se separa, sino que es, por ejemplo, el Sr. Silvela el que se separa. Pues separándose el Sr. Silvela quedan 249, como en el caso en que se separó uno; sin embargo, ya no se dice que no pasa nada; ya se dice, ¡qué quebrantada queda la mayoría! Pero no es el Sr. Silvela el que se separa, sino que es el Sr. Cánovas del Castillo. Y entonces se diría: se acabó la mayoría. (Risas.) Por consiguiente, Sres. Diputados, es evidente, no hay que decirlo, es evidente que la mayoría ha sufrido grandísimos quebrantos con la separación de personas eminentes; que claro está que eran eminentes, cuando son personas de que os ocupabais para enaltecerlas y elevarlas a los más altos puestos. Y esto es tan verdad, que cuando habéis tenido que hacer un Presidente del Congreso, habéis tenido que sacar uno del Ministerio. (Un Sr. Diputado: ¡Cá!) ¿Pues cuántos tenéis para Presidentes del Congreso? ¡Decidme uno! (Un Sr. Diputado; Todos. -Dicen lo mismo otros Sres. Diputados. -Risas e interrupciones.) Pues si todos podéis aspirar a la Presidencia, eso prueba que en realidad no podéis aspirar ninguno; y digo yo: ¿qué mayoría es esta, que si por casualidad se muriese el Sr. Conde de Toreno (Risas.), no habría de quien echar mano para la Presidencia? Alguno habría, lo confieso, que quizás podría ocupar ese puesto, en mi opinión, dignamente; el Sr. Silvela, por ejemplo; pero no lo ocupará, porque no lo tolerará el Sr. Ministro de la Gobernación. (El Sr. Ministro de la Gobernación: ¿Quién se lo ha dicho a S. S.? (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: No hace falta felizmente; que si no?)

Realmente, al contestarme el Sr. Ministro de la Gobernación no ha hecho más que decir los mismos argumentos que ha expuesto en la otra Cámara; sólo que S.S. tiene una desgracia. Si yo pudiera dar lecciones a S.S. no se las daría. ¿Y sabe S. S. por qué? Porque con S. S. me sucedería lo que se cuenta que pasó a cierto gorrión, que queriendo echar a volar a su hijuelo y darle algunas lecciones acerca de los accidentes a que en la vida se exponía, le dijo entre otras cosas: "Mira, hijo, ten cuidado con los muchachos; son nuestros más encarnizados enemigos: en el momento que veas que alguno te sigue la pista, no le apartes los ojos, y cuando observes que se baja al suelo a coger una piedra, echa al momento a volar." Dicen que el pequeñuelo respondió: "Padre, ¿y si lleva la piedra en la mano? -Entonces, hijo, puedes echarte a volar, porque ya sabes más que yo?" (Risas.) Si no fuera por ese temor, yo aconsejaría a S. S. que no haga nunca lo que ha hecho esta tarde, porque S. S. ha expuesto los mismos argumentos que expuso en la otra Cámara, pero ha invertido los términos: en la otra Cámara S. S. me atacaba a mí, que no me podía defender, y en esta Cámara atacaba al general Martínez Campos que no se puede defender. [4801]

El Sr. PRESIDENTE: Debo advertir a S. S. que son las seis en punto.

El Sr. SAGASTA: Son muy pocas palabras las que me restan; algo más tendría que decir, pero prometo no molestaros arriba de cinco minutos.

Pues bien; ¿qué he de decir yo? ¿He de repetir los mismos argumentos con que ha sido contestado el señor Ministro de la Gobernación en el Senado?

Que no tenemos programa; y quiere S. S. que descendamos a los detalles más insignificantes, y nos pregunta qué pensamos hasta en los más pequeños pormenores. ¡Pues qué! Si yo preguntara a la mayoría qué piensa con respecto a esos mismos pormenores, ¿qué me contestaría? Yo sin embargo le contesto a S. S. que sí; que tenemos programa, que estamos más unidos y compactos, en principios, en procedimientos, en línea de conducta, que esa mayoría; y si no, decidme: ¿cómo interpretáis vosotros la Constitución? De ninguna manera; hay entre vosotros algunos que no la quieren de ningún modo y acusan al Sr. Presidente del Consejo de Ministros y acusan al Gobierno de interpretarla demasiado liberalmente. ¡Qué liberales serán! Y se levantan a declararlo así personajes importantísimos de esta situación; por consiguiente, ni aún en los lemas generales de los partidos tenéis uno que os sirva de bandera. Si nosotros somos un partido sin programa, ¿por qué el Sr. Presidente del Consejo de Ministros nos felicita y se felicita a sí mismo y felicita a las instituciones? ¿Por qué se felicita también el Sr. Silvela, que es un miembro importantísimo de esa mayoría?

Respecto a la cuestión de jefatura, ¿qué le importa al Gobierno? ¿No tenemos una Comisión directiva del partido? Pues con eso basta y sobra.

Que yo he hecho solicitud para ser jefe del partido. Pues qué, ¿las jefaturas se piden? ¿las jefaturas se dan? Las jefaturas ni se piden ni se dan; las jefaturas resultan: ni siquiera se declaran.

Con este motivo ha traído S. S. al palenque el ilustre nombre del Sr. Duque de la Torre. La contestación que he de dar a S. S. no puede ser más clara: donde quiera que esté el Sr. Duque de la Torre, allí estoy yo; y donde yo estoy, está el Duque de la Torre: él es siempre el primero; yo soy el último, y tengo mucho gusto en declararlo. Pero el Sr. Duque de la Torre no quiere ser jefe de partido, porque sus circunstancias especiales le colocan fuera de la vida activa de la política; por consideraciones fáciles de apreciar no quiere vivir en el roce continuo de los partidos, y hace muy bien. Por lo demás, repito que donde esté el Duque de la Torre estoy yo; él siendo siempre el primero, y yo el último. ¿Qué necesidad había, cuando esa ilustre personalidad está retirada de la política, de traerla a este debate? ¿Para qué la ha traído S. S.? (El Sr. Ministro de la Gobernación: Para nada malo.) Para algo malo, porque la trae para excitar antagonismos, para sembrar cizaña; y esta es buena prueba de lo que se alegra el Gobierno de la formación del nuevo partido. El Gobierno quiere mucho a este partido; pero siempre que encuentra medio procura introducir en él la discordia; pero es inútil, no crecerá la semilla que pretende sembrar S. S.

Y digo lo mismo respecto de si yo al hablar de los elementos que se habían reunido, dije que se habían unido al partido constitucional, cuando podía haber dicho que el partido constitucional se había unido a ellos.

Yo creo que el Sr. Romero y Robledo no se ha dedicado nunca más que a la política y al estudio de las leyes; que si se hubiera dedicado con igual empeño a la aritmética, no olvidaría que el orden de los sumandos no altera la suma: lo mismo me da decir que los elementos del partido constitucional se han sumado a los otros, porque invertido el orden de los sumandos la suma es siempre la misma y da por resultado la formación del partido.

¡No me faltaba más, Sres. Diputados, que mi amigo particular el Sr. Romero y Robledo me diera a mí lecciones de respeto y consideración a las altas instituciones del Estado! Ahora sí que podría yo decir aquello de Tu quoque, fili mi. Pero no quiero hacerme cargo de eso: S.S. ha leído el párrafo de mi discurso en que supone que hay ataque a S. M.; el Congreso lo ha leído, ya lo conocía todo el mundo, y me tiene completamente tranquilo, porque sé que no resulta tal ataque.

No tiene nada que ver el respeto y las consideraciones debidos a las altas instituciones, con el hecho de señalar los peligros que pudieran correr por la marcha desatentada del Gobierno. ¡Pues no faltaba más! ¿Cuándo ha sido incompatible el más profundo respeto a las instituciones, con la libertad de atacar al Gobierno y señalar los peligros que puede traer su conducta para las mismas instituciones? ¡Qué cómodo sería entonces ser Gobierno! Por respeto a las altas instituciones, nadie podría atacar al Gobierno, ni aun señalar los peligros que las altas instituciones pueden correr, peligros que más que traídos por sus adversarios, suelen ser ocasionados por los malos Gobiernos.

Dice el Sr. Ministro de la Gobernación: ¿es que ese partido quiere salvar al cuerpo electoral de los ahogos en que se halla? En cuanto pueda, sí; pero no es esta la cuestión. Todavía con nuestro procedimiento algo le aliviaríamos; que para algo también se han discutido los presupuestos, y en esa discusión están consignadas nuestras opiniones y nuestros principios y están expuestos también nuestros procedimientos, de los cuales podría resultar algún alivio para los contribuyentes.

Pero no es este el problema: el problema es el siguiente: el cuerpo electoral, que es el cuerpo contribuyente, no tiene independencia para obrar con arreglo a su conciencia, por la presión del Gobierno, por los compromisos, por las cargas que no puede soportar, y por la red administrativa en que se halla envuelto, y el Gobierno que abusa de la fuerza que esto le da sobre el cuerpo electoral, es un mal Gobierno que vicia el sistema representativo y debe ser arrojado del poder. ¿Quién le ha de arrojar? El Rey.

Su señoría, siguiendo el mismo sistema que había emprendido en las discusiones del Senado y del Congreso en cuanto al señor general Martínez de Campos y a mí, ha hecho una cosa parecida con el Sr. Posada Herrera, puesto que ha combatido su conducta estando ausente. El ataque en todo caso será para S. M. el Rey, que a pesar de esa conducta no vaciló en llamarle para que formara Ministerio; pero sea de esto lo que quiera, ya lo habéis visto, ninguno, como no fuera el Sr. Cánovas del Castillo, podía formar Ministerio con esta mayoría, y con efecto nadie, le formó.

Que dónde se reunió la mayoría, pregunta el señor Ministro de la Gobernación. No se reunió, casi se amotinó. Que no tomó acuerdo. Efectivamente, no tomó acuerdo; por aclamación determinó dar un voto de censura al Sr. Posada Herrera en el momento en que se presentara a la Cámara. Esto lo vio todo el mundo, y [4802] no había individuo de la mayoría que no hiciera alarde de que estos eran sus propósitos. Y además lo habéis rectificado ahora, porque el Sr. Ministro de la Gobernación ha indicado que si ese voto de censura se hubiera dado, habría sido porque hubiera siquiera en el Gobierno un individuo del partido constitucional. ¿Pero qué iba hacer ese pobre constitucional sólo en el Ministerio? No podía menos de hacer política conservadora, y en todo caso ese constitucional hubiera tenido que entenderse con vosotros.

Os ufanáis con el estado de la guerra de Cuba. El estado de la guerra es el que es, gracias a aquella autoridad superior, la cual, según en sus proclamas dice, no ha hecho más que seguir la política que allí dejó trazada el general Martínez de Campos. (El Sr. Ministro de la Gobernación: No es exacto; léalas S. S.) Lo dice así en sus proclamas; de suerte que si se ha adelantado en el camino de la paz, ha sido porque se ha seguido la política iniciada por el señor general Martínez de Campos? (El Sr. Ministro de la Gobernación: No es exacto.) Si renegáis ahora del general Martínez de Campos, ¿por qué aprobasteis antes lo que hizo? Antes defendíais su política como la mejor, y después de haber sido Gobierno defendéis la política contraria.

Y como os he molestado más de lo que me proponía, aunque tenía algunas otras rectificaciones, que hacer, prescindo de ellas y me siento.

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión. [4803]



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